Parroquia

Esta es la Iglesia que quiere y anhela el Papa Francisco.


“Me gusta una Iglesia italiana inquieta, siempre cercana a los abandonados, a los olvidados, a los imperfectos” y “deseo una Iglesia alegre con rostro de madre, que comprenda, que acompañe, que acaricie”.

En el interior de la Catedral de Santa María de la Flor de Florencia, el Papa ofreció un extenso discurso a los participantes del V Congreso Nacional de la Iglesia Italiana organizado por la Conferencia Episcopal del país. Este es precisamente el motivo del viaje de once horas emprendido por el Pontífice a esta ciudad italiana.

Después de escuchar los testimonios de una catecúmena, de unmatrimonio y de un inmigrante albanés que hoy es sacerdote, Francisco aprovechó para dar algunos consejos no sólo a las diócesis italianas, sino también a la Iglesia universal, y reflexionar sobre el humanismo cristiano.

Inició comentando la escena del Juicio Universal dibujado en la cúpula y señaló que “podemos hablar del humanismo solo a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del rostro auténtico del hombre”.

El Pontífice aseguró que “el humanismo cristiano al que estáis llamados a vivir afirma radicalmente la dignidad de toda persona como Hijo de Dios” y “establece entre cada ser humano una fundamental fraternidad, enseña a comprender el trabajo, vivir en la creación como una casa común, proporciona razones para la alegría y el humor, también en medio de una vida dura”.

“Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado que recompone nuestra humanidad, también la fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado”.

“No debemos domesticar la potencia del rostro de Jesús. El rostro es la imagen de su trascendencia. Es el ‘rostro de la misericordia’. Dejémonos mirar por Él. Jesús es nuestro humanismo”, pidió.

Francisco presentó a Cristo como un siervo “humillado y obediente hasta la muerte”. “El rostro de Jesús es similar al de tantos hermanos nuestros humillados, hechos esclavos, despojados. Dios ha asumido su rostro. Y ese rostro nos mira”.

“Si no nos ‘abajamos’ no podremos ver su rostro. No veremos nada de su plenitud si no aceptamos que Dios se ha despojado. Y entonces no entenderemos nada del humanismo cristiano y nuestras palabras serán hermosas, educadas, refinadas, pero no serán palabras de fe”. “Serán palabras que suenen vacías”, añadió.

El Papa presentó a continuación algunos rasgos del humanismo cristiano, que son “los sentimientos de Jesucristo”:

Humildad: “La obsesión por preservar la propia gloria, la propia ‘dignidad’, la propia influencia no debe ser parte de nuestros sentimientos. Debemos perseguir la gloria de Dios, y esta no coincide con la nuestra”.

Desinterés: “Más que el desinterés debemos buscar la felicidad de quien está a nuestro lado. La humanidad del cristiano está siempre en salida. No es narcisista, autoreferencial”.

“Cuando nuestro corazón es rico y es tan sofisticado de sí mismo, entonces no hay sitio para Dios”. El Pontífice pidió evitar “encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa protección, en las normas que nos transforman en juicios implacables, en los hábitos en los que nos sentimos tranquilos”.

 

Felicidad: “El cristiano es un beato, tiene en sí la alegría del Evangelio. En las bienaventuranzas el Señor nos indica el camino. Recorriéndolo nosotros podemos llegar a la felicidad más auténticamente humana y divina”.

El Papa explicó que “para los grandes santos se es feliz con humildad y pobreza. Pero también en la parte más humilde de nuestra gente hay mucho de esta felicidad: es la de quien conoce la riqueza de la solidaridad, de compartir también lo poco que se tiene; la riqueza del sacrificio cotidiano de un trabajo, a veces duro y mal pagado, pero hecho por amor hacia las personas queridas”.

“También aquellas de las propias miserias, que vividas con confianza en la providencia y en la misericordia de Dios Padre, alimentan una grandeza humilde”.

 

 


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