Comunidad de fe

En este tiempo de la misericordia descubramos es sentido más profundo de ser humano, para con aquellos que necesitan más de nosotros, de los pobres, de los afligidos, de los agobiados por la violencia y pro los que estan pasando por el desencanto de la vida diaria. 

¿Se puede vivir la fe en el mundo actual y se puede vivir la misericordia?

Hoy, para muchos cristianos, vivir la fe en medio del mundo es todo un reto.  Nunca faltan ocasiones que nos ponen a prueba y exigen de nuestra parte coherencia y valentía para manifestar al mundo lo que creemos.  Vergüenza, temor, incomodidad, y muchas otras experiencias humanas a veces nos impiden vivir según quienes somos verdaderamente.  En medio de un mundo cargado de manifestaciones de una “cultura de muerte” los cristianos tenemos el reto de vivir con coherencia nuestras promesas bautismales para así iluminar, con el resplandor de la fe en Cristo, a un mundo que parece perderse en las tinieblas de la incredulidad.

El cristiano es una persona de fe.  No se puede ser cristiano sin haberse encontrado con Cristo, pues cristiano es quien es “de Cristo”, quien ha sido signado con su sello indeleble en el agua del Bautismo.  Nuestra fe nace de un encuentro con el Dios vivo manifestado en Jesucristo Nuestro Señor.  Dios nos llama y nos revela su amor para que vivamos con seguridad y sepamos sobre quién hemos construido nuestra propia vida1. 

Cuando queremos cimentar nuestra vida sobre el amor de Dios entendemos que la fe no puede ser algo accesorio.  Lo accesorio, en el fondo, es un añadido que puede estar o no presente, sin alterar lo importante.  Con la fe no es así.  La existencia del cristiano debe estar fundada en Dios, en Aquel que nos ha concedido el don de la fe y al que respondemos con la adhesión sincera y coherente de la propia vida. 

Cuando entramos a un cuarto que está a oscuras, al principio es poco lo que podemos ver.  Incluso cuando nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad, no logramos ver con claridad lo que hay. Todo cambia cuando abrimos las cortinas y ventanas, o encendemos la luz.  Entonces todo queda iluminado, y podemos ver con claridad.  De manera análoga, la luz de la fe ilumina nuestra existencia.  La fe ilumina todo el hombre: su inteligencia, su voluntad, sus afectos, sus emociones, su historia, sus anhelos, su futuro definitivo. 

Así como no hay nada en el hombre que la luz de la fe no ilumine, sería absurdo pensar que puede haber sólo “una parte de mí” que es cristiana.  El encuentro con Dios es total y, por tanto, es toda la persona que se encuentra con Dios y a quien Dios transforma.  Por eso creemos en Dios con la mente, nos adherimos a Él con el corazón y buscamos vivir según sus enseñanzas en la acción. 

De igual modo, la fe «ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios.  El Dios digno de fe construye para los hombres una ciudad fiable»2. No hay realidad humana que sea ajena a la fe, pues el amor de Dios ilumina todo lo existente.  Es por ello que, no sólo el hombre, sino también toda la realidad encontrará en Dios su sentido último: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»3.


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